lunes, 1 de febrero de 2021

PUEBLO: Navamediana

 

NAVAMEDIANA


         Este pueblito está como muerto, está perdido. Debía tener 23 ó 24 años cuando viene aquí por primera vez con mi primo Luis. Nuestro objetivo era una excursión de varios días: ir desde aquí hasta 5 Lagunas, luego a la Laguna, subir al Almanzor e ir hasta la Mira, para bajar a Arenas y regresar a Ávila en el coche de línea. Venir hasta aquí en el coche de línea desde Ávila era todo un espectáculo. El coche era el coche correo e iba parando en todos los pueblitos. Los pasajeros iban con variedad de bultos: cestas tapadas con un paño, cajas de cartón atadas con una cuerda, una gallina con las patas atadas, talegos, etc. En ocasiones alguien bajaba del autobús, le decía al conductor o al cobrador que esperase un momentín, pues iba a dar un recado o a llevar no sé qué a fulano o a mengano.

         Pasaban cosas curiosas, unas graciosas, otras sorprendentes. Ese mundo pasó, ese mundo murió, pero no escribí nada entonces, ni hice fotografías, solo quedan unas vagas imágenes en mi memoria.

         Luego he recorrido otras veces la garganta de Navamediana, pero la vivencia que tengo es la de aquella primera ocasión.

         Hoy voy con Aymara para que veo estos pequeños pueblos de la Sierra de Gredos, que tanto le llaman la atención y tanto le gustan.

           Las calles están vacías, en los huertos crecen hierbajos, viejas casas y viejos pajares están cayéndose. Ventanas y puertas tapiadas para que no entren… ¿Quién iba a entrar en esas casas? ¿alguna golondrina? ¿ratoncitos? ¿algún recuerdo perdido? ¿un amor que se resiste a marcharse de allí?

         Hay construcciones que causan asombro. Son pajares o cuadras levantadas con piedras rodadas de la orilla del río, colocadas unas sobre otras y con barro entre ellas como argamasa. No sé cómo no se caen, ni se tuercen los muros. Estas construcciones son la manifestación del saber hacer popular, del saber hacer de los maestros albañiles que no estudiaron en ninguna escuela de arquitectura, sino que aprendieron su oficio de sus padres, de sus abuelos, de otro maestro albañil con el que trabajaron. 

         No me gusta ver las casas caídas en estos pueblitos casi abandonados. Y menos esas casitas hechas con piedras sobrepuestas unas en otras. Imagino que estas piedras se ponían con un especial cuidado, con una especial atención para que no se cayesen, para que se sujetasen con la que estaban debajo y con las que estaban encima. Debía ser un orgullo para aquellos hombres hacer bien una pared, una casa. Y cuando estas viejas casitas empiezan a caerse, después de muchos años, quizás siglos, aquella ilusión, aquel entusiasmo que pusieron aquellos hombres también se cae, también desaparece. Aquella atención, aquel cuidado, aquel orgullo mueren, y es como si el alma, el espíritu de aquellos hombres muriera también. Y el pueblito muere un poquito más.

         Y junto a la iglesia del pueblo nos encontramos con Ángela, una de las últimas habitantes. Estaba sentada a la entrada de su casa, una casa nueva, una casa sin recuerdos, sin historia, pero no pasa nada porque esos recuerdos y esas historias las guarda Angela en su corazón. Y se pone a hablar con nosotros, y nos cuenta que ella siempre ha vivido aquí y que ha salido poco del pueblo. Que la última vez que lo hizo fue cuando la llevaron en una ambulancia a Ávila porque se le olvidaron todas las cosas y se le olvidó hasta hablar.


       Y Ángela tiene unos hermosos ojos azules, de un mirar sereno y tranquilo, y de vez en cuando, al hablar sobre algo concreto, su alma se debe llenar de recuerdos y sus ojos se le iluminan con un brillo especial, quizá con el mismo brillo que tenían esos ojos cuando era joven, cuando todo en ella era ilusión y alegría de vivir.

         Se va a una arboleda a tomar el fresco. Allí se juntarán las amigas y entre recuerdos y suspiros pasarán la tarde. ¡Qué poco se ríen los ancianos! ¿Por qué será?

      Nos vamos, decimos adiós a Angela, a la viejecita de Navamediana. Posiblemente nunca más la volveremos a ver, ¿o quizá nos volvamos a ver en otro lugar, allá entre las estrellas?

domingo, 31 de enero de 2021

PASEANDO POR EL CLAUSTRO DE LA CATEDRAL

PASEANDO POR EL CLAUSTRO DE LA CATEDRAL DE ÁVILA

 

La catedral de Ávila se empieza en el siglo XIII, pero los dineros no eran abundantes, así que la obra se fue alargando hasta el siglo XV. El claustro se hace casi todo él en el siglo XIV.

         He paseado muchas veces por este claustro, y aún lo sigo haciendo con cierta frecuencia. Me gusta mucho su silencio, es un silencio que se altera de vez en cuando por el piar de los gorriones o por las pisadas de algún que otro visitante. Es un silencio que da compañía, un silencio que hace que no te sientas solo. Cuando paseo por aquí pienso en cosas o a veces no pienso en nada, a veces paseo escuchando el silencio.

         En los muros se ven sepulcros de obispos, religiosos y nobles. Personas que en vida debieron ser muy importantes, pero a los que ya ahora nadie recuerda. Y siempre que visito lugares como este, lugares con tumbas de hace siglos, me acuerdo de los versos de Jorge Manrique:

 … allí van los señoríos

derechos a se acabar

 y consumir

allí, … son iguales

los que biven por sus manos

y los ricos

         Pero por un extraño efecto de desconocida causa, el tiempo no pasa. Me son familiares estas tumbas, es como si las hubiese conocido, como si hubiese vivido en la época de estos personajes y compartido con ellos sus avatares, sus inquietudes y sus esperanzas.

          Quizás la causa esté en lo que escribió Azorín refiriéndose a los claustros de las catedrales: …aquí el tiempo no tiene valor, el tiempo no pasa, el tiempo es más largo o más breve – no lo sabemos – que en otra parte alguna. Las horas pasan; de pronto caen sobre nosotros, en el silencio profundo, en la quietud augusta, las campanadas lentas, pausadas, graves, sonoras, del reloj de la catedral.

         Hace siglos no había relojes, pero sonaban las campanas. Son las mismas campanas que nos dicen a nosotros lo mismo que dijeran, hace dos siglos, hace seis siglos, a otras generaciones que ya desaparecieron en lo eterno. Y como nos lo dicen a nosotros, lo dirán también dentro de otros dos o seis siglos a nuevas generaciones.

         En el pequeño jardín del interior del claustro hay unas rosas plantadas. Son rosas que morirán dentro de unos días. Pero habrá otras rosas dentro de unas centurias que serán tan bellas como estas, y también esas rosas entonarán para el que pasee por este claustro la misma canción de languidez y de melancolía que éstas.

         En este claustro, lo eterno siempre está presente, por todos los sitios, por todos los rincones, hay como un halo de la eternidad.