PASEANDO POR EL CLAUSTRO DE LA CATEDRAL DE
ÁVILA
La catedral de Ávila se empieza en el siglo XIII,
pero los dineros no eran abundantes, así que la obra se fue alargando hasta el
siglo XV. El claustro se hace casi todo él en el siglo XIV.
He paseado
muchas veces por este claustro, y aún lo sigo haciendo con cierta frecuencia.
Me gusta mucho su silencio, es un silencio que se altera de vez en cuando por
el piar de los gorriones o por las pisadas de algún que otro visitante. Es un
silencio que da compañía, un silencio que hace que no te sientas solo. Cuando
paseo por aquí pienso en cosas o a veces no pienso en nada, a veces paseo
escuchando el silencio.
En los muros
se ven sepulcros de obispos, religiosos y nobles. Personas que en vida debieron
ser muy importantes, pero a los que ya ahora nadie recuerda. Y siempre que
visito lugares como este, lugares con tumbas de hace siglos, me acuerdo de los
versos de Jorge Manrique:
… allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir
allí, … son iguales
los que biven por sus manos
y los ricos
Pero por un extraño efecto de
desconocida causa, el tiempo no pasa. Me son familiares estas tumbas, es como
si las hubiese conocido, como si hubiese vivido en la época de estos personajes
y compartido con ellos sus avatares, sus inquietudes y sus esperanzas.
Quizás la
causa esté en lo que escribió Azorín refiriéndose a los claustros de las
catedrales: …aquí el tiempo no tiene valor, el tiempo no pasa, el tiempo es
más largo o más breve – no lo sabemos – que en otra parte alguna. Las horas
pasan; de pronto caen sobre nosotros, en el silencio profundo, en la quietud
augusta, las campanadas lentas, pausadas, graves, sonoras, del reloj de la
catedral.
Hace siglos no había relojes, pero sonaban las campanas. Son
las mismas campanas que nos dicen a nosotros lo mismo que dijeran, hace dos
siglos, hace seis siglos, a otras generaciones que ya desaparecieron en lo
eterno. Y como nos lo dicen a nosotros, lo dirán también dentro de otros dos o
seis siglos a nuevas generaciones.
En el pequeño jardín del interior del claustro hay unas rosas
plantadas. Son rosas que morirán dentro de unos días. Pero habrá otras
rosas dentro de unas centurias que serán tan bellas como estas, y también esas
rosas entonarán para el que pasee por este claustro la misma canción de
languidez y de melancolía que éstas.
En este claustro, lo eterno siempre está presente, por todos los
sitios, por todos los rincones, hay como un halo de la eternidad.
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