De MINGORRÍA a VICOLOZANO.
Este es un recorrido por una de las zonas más olvidadas y despobladas de Ávila. Mingorría está cerca de Ávila. Hay gente que vive aquí y trabaja en la ciudad y muchos tienen casa para el fin de semana, pero ya no hay escuela. Aquí venían los maestros, en los años 70, en tren, y se volvían de igual manera.
Hoy no para aquí ningún tren. La estación la van a derribar. El pueblo está bonito, bien cuidado, pero poco a poco se va muriendo.
Seguimos la carretera. Pasamos por pueblitos, aldeas o pedanías (o como se quieran llamar) que no tienen ni nombre, en los que se ve paseando algún veraneante, algún coche aparcado junto a una casa, y enseguida una amplia soledad: horizontes sin límites, un cielo que no se acaba nunca y alguna solitaria cruz donde ocurrió algo que ya nadie recuerda y que en ningún lugar está escrito. Son cruces tan solitarias que ya en ellas ni siquiera se posan los pájaros.
Y más adelante una iglesia junto a la carretera. Unas casas. Unas ruinas de casas. No hay ningún letrero, no hay letras que nos digan cómo se llamaba este lugar. Y digo cómo se llamaba porque quizás hoy no se llame, quizás hoy no tenga ni nombre. El día dedicado al santo o a la virgen de esta ermita viene alguien, alguien que la mantiene limpia y cuidada, alguien que vino desde hace mucho tiempo con otro alguien y así le recuerda más y mejor. Y también recuerda a otros alguien que también veía aquí, y todos ellos reviven, y todos ellos se alegran de volver a verse. El resto del tiempo lo pasan solos entre sus ruinas, entre lo que fueron sus casas. Y siguen allí porque allí están sus recuerdos, sus sueños, sus ilusiones, y fuera de allí... fuera de allí no tienen nada, fuera de allí ni siquiera existen.
Hay casas, pueblos, aldeas que no tienen ni nombre, que no figuran en los mapas. Pueblos a los que atraviesan carreteras que no llevan a ninguna parte, carreteras que llevan a donde el espíritu quiere, carreteras que llevan a lugares de ensueño y a lugares malditos. Y de vez en cuando se ve una casa nueva, una casa en construcción; quizás solo sea un espejismo, quizás sea una ilusión. Las ilusiones son caprichosas como las princesas primorosas, las ilusiones van donde quieren y se quedan donde ellas quieren. ¡Qué suerte tienen las ilusiones!
Esta es la iglesia de Vicolozano. Aquí vine una vez, a mis 15 ó 16 años, con D. Argimiro para ayudarle como monaguillo a decir misa. Nunca más he vuelto a esta iglesia, nunca más he entrado en ella. La he visto muchas, muchísimas veces desde la carretera de Madrid, y siempre me he acordado de aquella única vez que vine, pero nunca me paré ni intenté poder verla otra vez por dentro. Ya no me acuerdo de nada de ella. Bueno, miento, me acuerdo de cuando subí a la torre a tocar la campana antes de que empezase la misa, y me encontré varios nidos de paloma en los escalones. Tenían pichones que eran muy pequeños, tanto que no tenían casi plumas. Allí se quedaron. Yo me marché y ellos, posiblemente, crecieron y se marcharon. Y a lo mejor, alguna vez nos cruzamos en nuestro vivir. Ellos volando por el cielo, yo vagabundeando por los campos de Ávila.
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