domingo, 3 de febrero de 2019


SANTO TOMÁS (2)
El sepulcro del príncipe D. Juan

         Muy a finales del siglo XV y a comienzos del XVI se escuchaba este romance:
Tristes nuevas, tristes nuevas que se cuentan por España
Que el caballero don Juan malito que está en la cama.
Siete doctores le asisten, los mejores de la España:
Todos eran á decirle que su mal no era nada.
Y ya que estaban en esto sale un doctor de la Parra,
Le ha agarrado por la mano y hasta el pulso le tomara:
— «Tres horas tienes de vida, hora y media ya pasada,
Media para despedirte de la gente de tu casa,
Media pa hacer testamento, media pa el bien de tu alma...”
         El 4 de octubre de 1497 fallece en Salamanca el príncipe Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, a la edad de 19 años; el día 3 de abril del mismo año había contraído nupcias con Margarita de Austria (hermana de Felipe “El Hermoso”) en Burgos.
         El sepulcro del príncipe lo mandó hacer su padre el rey Fernando, en 1505, en cumplimiento de lo dispuesto por la reina Isabel en su testamento.
         La estatua yacente del príncipe no tiene los guantes puestos ya que no murió en una batalla sino por enfermedad. Se cree que la muerte le llegó por tuberculosis, aunque la leyenda tiende a presentarla a veces como una muerte por amor, ya que desde la infancia había dado muestras de tener una salud débil –viruelas, resfriados, y unas extrañas fiebres-, e incluso un mes antes de su fallecimiento, mientras estaba en Medina del Campo, padeció de nuevo de viruela. La leyenda de la muerte del príncipe don Juan “por amor” suele apoyarse en una carta que Pedro Mártir de Anglería, consejero de los reyes, escribió a la reina Isabel donde le decía: «Preso del amor de la doncella, nuestro joven Príncipe vuelve a estar demasiado pálido. Tanto los médicos como el Rey aconsejan a la Reina que, de cuando en cuando, aparte a Margarita del lado del Príncipe, que los separe y les conceda treguas, pretextando el peligro que la cópula tan frecuente constituye para el Príncipe».
      El rostro del yacente siguiendo la tradición de los sepulcros italianos –en los países centroeuropeos se prefieren los ojos abiertos y un semblante con vida-, presenta los ojos cerrados y una expresión severa.
         En las paredes laterales de mayor altura del sepulcro hay unas imágenes esculpidas. Representan a las cuatro virtudes cardinales y a las tres teologales.
         La presencia de la imagen de la Virgen en los sepulcros de los siglos XV y XVI es habitual dada la confianza que se tiene en ella como intercesora del difunto en el Juicio final.
         La representación de las virtudes en los monumentos funerarios del siglo XVI es consecuencia de la nueva concepción del hombre que hay en el renacimiento. En la Edad Media todo se proyectaba hacia el futuro, hacia la salvación del alma, pero esta concepción cambia y se presta más atención a la vida terrenal, a la vida que ya ha pasado y en la que el difunto será digno de fama y gloria por las virtudes y buenas cualidades que haya tenido en vida. Pero el sentido religioso no podía desaparecer así de repente y lógicamente se ponían aquellas virtudes y cualidades que debía haber tenido el difunto como un buen cristiano.
           Las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza no proceden de la religión por mucho que hayan intentado los teólogos encontrarlas en la Biblia. Su origen está en la filosofía griega, concretamente en Platón. De los griegos pasa a los romanos y de estos al cristianismo, más concretamente al catolicismo. Y no hay que olvidar la gran influencia que tuvo la filosofía griega en el cambio de mentalidad que supuso el renacimiento.

         Las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad son las tres virtudes que deberían guiar a los hombres en su relación con el mundo y con Dios. Dada la importancia de su práctica para el cristiano es por lo que se representan habitualmente en los sepulcros.
      Como estas virtudes solo son tres y en el otro lado hay cuatro se añadió la figura de santo Tomás de Aquino, gran teólogo dominico considerado por esta orden como uno de los padres de la Iglesia.
          En cada esquina hay un grifo, criatura mítica con la cabeza, las garras y las alas de un águila y el cuerpo de un león. Este ser mitológico aúna la velocidad, el vuelo y la visión penetrante del águila y la fuerza, el coraje y majestad del león. Para los cristianos el grifo se convirtió en un símbolo del mismo Cristo: “el águila es señor del cielo y el león es señor de la tierra. Estos dos animales nos recuerdan que nuestro Cristo es el verdadero Rey de los cielos y de la tierra ". Las partes de águila del grifo representan a los santos con sus pensamientos, aspiraciones y almas levantadas hacia Dios. Su mitad león representa su coraje y su lucha continua contra el pecado, el mal y el Diablo. Los grifos en las esquinas de la tumba del príncipe nos quieren recordar o presentar al príncipe como un hombre devoto y fiel a Dios y su lucha contra el pecado y el mal.
         Hay que decir que el sepulcro está vacío. Cuando la ocupación francesa, en 1809 el sepulcro fue abierto en busca de joyas y objetos de valor y el cuerpo se sacó. Se pensó que se había vuelto a meter, pero en 1965 se hicieron pequeñas obras por unas losas que se habían movido y se comprobó que en el sepulcro no hay nada. Los restos del príncipe Juan están en paradero desconocido. 

         La iglesia también alberga los sepulcros de don Juan Dávila y su mujer, doña Juana Velázquez de la Torre, ayos del príncipe don Juan. 

         Ayo o “Águila” es el nombre del servidor que en las casas reales se encargaba de la educación inicial y custodia de los príncipes. En el reino de Castilla en las leyes contenidas en las Siete Partidas se dice: “Siendo niños los hijos de los reyes es menester que los guarden el padre y la madre... Pero después que fuesen mozos conviene que les pongan ayos que los guarden y los eduquen en su comer, en su beber, en su folgar y en su continente, de manera que lo hagan bien y apuestamente”



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