domingo, 23 de diciembre de 2018


 Interior Basílica de San Vicente.
         Bueno, por fin entramos. Las fotos no hacen justicia de la altura y amplitud de la nave. Hay que estar dentro y dejarse llevar para sentir.
         La iglesia es relativamente luminosa, aunque todo el fondo está iluminado con luz eléctrica. Como en el fondo se puso un retablo en el siglo XVII o XVIII se quitó toda la luminosidad tan característica de los edificios de esta época. En la foto de abajo vemos la iglesia francesa de Fontenay en la que nada más entrar la vista se nos va al fondo, que es donde está el altar.
         La iglesia está orientada hacia oriente, hacia donde sale el sol, sol que ilumina el nuevo día y que entra a raudales por las ventanas (cuando no están tapadas) y que es el símbolo de Cristo: “Yo soy la Luz”. Es la luz de Cristo que ilumina el nuevo día y la vida del creyente, es la luz que atrae la mirada. Es la luz que hay que seguir a lo largo de la vida.
         Y cuando se sale de la iglesia la luz vuelve a estar presente en las ventanas de la salida y en la puerta. (Esta luz es mucho más patente al atardecer). Sigue siendo la luz de Cristo que ahora, al final del día, al final de nuestra vida, nos lleva a la luz eterna, al Cielo, al Paraíso.
         En las grandes obras arquitectónicas de la Edad Media la luz es un medio esencial para dar todo el sentido y el significado a la iglesia.

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