LA
CATEDRAL (4)
EL
CLAUSTRO
El
claustro de la catedral era un lugar aislado y que casi siempre estaba cerrado
cuando yo era niño. Allí se guardaban los pasos más grandes de las procesiones
de Semana Santa. Algunas veces, cuando la puerta estaba abierta entrábamos, los
mirábamos y enseguida nos íbamos. Era un lugar muy solitario, muy silencioso y
esas imágenes eran muy grandes y nos imponían respeto ¡mira que si se empezaban
a mover!
A mis nueve años mi tía Isabel me dijo
que si rezabas a la Virgen del Pastel y le pedías algo te lo concedía, y que
estaba en el claustro. Un día de los que me daba por entrar en la catedral vi
el claustro abierto y sin pensarlo me metí a ver si encontraba a la virgen. Y
sí, allí estaba, era una gran imagen gótica. Todo contento por mi hallazgo fui
a salir, pero la puerta estaba cerrada. Empecé a darle patadas y a aporrearla y
afortunadamente el sacristán lo oyó, abrió la puerta y pude salir. Me fui corriendo
hasta mi casa sin parar.
Luego he entrado muchas veces al
claustro, y todavía lo hago de vez en cuando.
Se hace casi todo él en el siglo XIV y
en el XVI se le añade la crestería renacentista de granito.
La luz entra a raudales. El silencio solo
se ve alterado de vez en cuando por el piar de los gorriones. Aquí se puede
pasear mientras se lee, o se pasea pensando cada uno en sus cosas o se pasea
sin pensar en nada.
En los muros y en el suelo se ven
sepulcros de personas que debieron ser muy importantes, pero a los que ya ahora
nadie recuerda.
Aquí, junto a un sepulcro medieval está
enterrado Adolfo Suarez y su esposa. La gente aún se acuerda de él. De Claudio
Sánchez Albornoz, que está también cerca, ya se acuerdan menos personas. Dentro
de 60 ó 70 años, excepto los historiadores y unas pocas personas más, nadie
sabrá quienes fueron estos personajes. ¿No es lo mismo que pasó con los
importantes obispos y magnates enterrados aquí hace siglos?
Refiriéndose a los claustros Azorín
escribió: aquí el tiempo no tiene valor,
el tiempo no pasa, el tiempo es más largo o más breve – no lo sabemos – que en
otra parte alguna. Las horas pasan; de pronto caen sobre nosotros, en el
silencio profundo, en la quietud augusta, las campanadas lentas, pausadas,
graves, sonoras, del reloj de la catedral.
Hace siglos no había relojes, pero
sonaban las campanas. Son las mismas
campanas que nos dicen a nosotros lo mismo que dijeran, hace dos siglos, hace
seis siglos, a otras generaciones que ya desaparecieron en lo eterno. Y como
nos lo dicen a nosotros, lo dirán también dentro de otros dos o seis siglos a
nuevas generaciones.
En el pequeño jardín del interior del
claustro hay unas rosas plantadas. Son rosas que morirán dentro de unos días. Pero habrá otras rosas dentro de unas centurias
que serán tan bellas como estas, y también esas rosas entonarán para el que
pasee por este claustro la misma canción de languidez y de melancolía que
éstas.
En este claustro, lo eterno siempre
está presente, por todos los sitios, por todos los rincones, hay como un halo
de la eternidad.
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